Entre botas de vino y moblaje distraído, la gente se sienta a tomar copas de una aceptable selección de vinos catalanes, de la Catalunya del Norte e de todo el mundo a buena costos. El gentío se abalanza ahora desde las siete de la tarde pues es un bar, como los de antes, a donde uno entra para seguir la noche. La cerveza tiene costes de los ochenta, un euro la caña pequeña. No luce por la calidad suprema, pero los cócteles son aceptables.
El color se lo lleva la barra, de donde cuelgan lámparas fluorescentes de este milenio que absorbe la melancolia y hace colgantes. De la pared cuelga un traje de superhéroe que transporta en la pechera una CH de ropa amarilla. Juanjo es un maestro, os hará lo que queráis. Pero tiene buena mano para revalorizar esos cócteles maltratados por el turismo; él los dignifica con afecto y buen producto.
The Quiet Man
Mira la carta y pregunta. Pese a su popularidad y el \’punch\’ mediático de su barman, el Dry Martini prosigue siendo una referencia ineludible. Y sucede que, señores, esto no es una coctelería, es una iglesia. La enorme virtud de esta barra señorial es que compatibiliza las producciones de coctelería creativa y de vanguardia con una atención de la vieja escuela.
Detrás del Museu Picasso hay una plaza. En la plaza hay un bar con una puerta antigua de madera pintada de verde donde pone “Bar Bodega Flassaders 1956”. Al entrar encuentras, a mano izquierda, la barra, larga, y en la mitad del paso, la eterna máquina tragaperras, lacra de nuestro tiempo jamás suficientemente denunciada. En el fondo, una docena de mesillas y en el techo lámparas fluorescentes. En los años 30 venían ácratas, ahora, los pocos originarios que quedan en el Born y turistas que se aprovechan de la espléndida terraza.
Es la de \’La Cova Fumada\’, inventada por la señora María Pla hace mucho más de 70 años, en el momento en que regentaba este icónico bar estrenado en 1945. En aquel momento, el negocio se dedicaba en venta de vino al peso en la plaza del mercado. Lo cuenta su nieto, Josep María Solé, tercera generación tras la barra de mármol blanco de un bar que absolutamente nadie tiene demasiado claro cuándo abre. Entonces era popular por El bar del loro. Ahora lo es por bordar los bocadillos de chapata y por los 37 tipos de tortilla diferentes que elaboran. Las croquetas, las bombas y lo callos se adoran en sus mesas al lado de un vermut de la casa.
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Poca broma con esta bodega Far West. Lleva años dando guerra en las cimas graciencas, proporciona comidas hogareñas para chuparse los dedos, sirve un café como Dios manda y tiene uno de los sheriff más entrañables de la región como maestro de ceremonias. Un templo confederado en el que no podréis decir «uno de los 2 sobra, forastero» sin padecer las secuelas.
Esos asientos tapizados! – y una banda sonora de gangsta-rap de finales de los ochenta. Y por supuesto, un bar de cócteles y una carta de bocadillos (pantagruélicos) de nivel estratosférico.
¡Especial y especiada! Entre los asociados es el Antonio Naranjo -¡mejor \’bartender\’ de España 2019! -, conocido por sus maravillas casi alquímicas en Dr. Stravinsky. Y tan rápido entramos -es un agradable pasillo de bronce y madera– te asalta la visión de seis tiradores en la pared, uno por coctel, tragos de alta definición, que intercalan cada día y ponemos al barril. Sí, algunos de los cócteles que sirven son antes mezclados y de tirador.
Como un Daiquiri inmejorable, por ejemplo. Si vas y -¡oh, casualidad! – lo está, ármate de paciencia pues vas a esperar el momento de entrada un rato. Podréis comer esta delicia de patata rellena de carne picada, bañada en su determinante salsa picante -con pertinente receta segrega- y alioli. Además, hallaréis otros manjares serios como el cap i pota, el calamar a la parrilla y las alcachofas fritas -en el momento en que es temporada-. El taburete seguirá siendo incómodo, pero uno se habitúa.
Tenían la cabeza en París, y desearon crear un local como los de allí, una suerte de cueva bohemia de un Bulevar Saint Germain, en la localidad que ya ni tiene Bulevard Rosa. Hay personas que tienen la capacidad de reproducir de memoria todas las alineaciones del Barça desde el primer año de su fundación, y otras que memorizan las paradas de tren de Mollerussa a Grenoble. La misma memoria selectiva tienen en La Cervecita, este bar y tienda del Poblenou. Son unos enfermos de la cerveza.
Smar es un local de ocio nocturno que ofrece copas y tiene una amplia y extensa terraza completamente climatizada. Esta increíble terraza situada en el hotel W cuenta con piscina y región de chill out. Con Djs en directo, un ámbito selecto y la mejor oferta de cócteles. Nace de la transformación del antiguo Inopia y se convirtió en un atrayente ubicación de tapas, bar, vermutería, lugar de comidas, bistró donde vamos a poder tapear, comer, cenar o picar algo, siempre y en todo momento con artículos de calidad deliciosa. La Barceloneta es extensamente conocida por el emblemático hotel Candela. Pero no es solo un lujoso hotel, sino que también tiene una zona de bar, el Eclipse Barcelona, apto para no clientes del servicio.
Las fronteras que separan coctelería y gastronomía se desvanecen. ¿Cuál es el hecho diferencial del lujo? Copas imaginativas, técnicamente gigantes, preñadas de matices y con historias a la chepa, como el Gala-Dalí o el Eclair Sharing, servido en taza de té, al estilo ley seca. Ya que cerveza deberá ser. Encontraréis cervezas de todo el mundo y pues no fabrican en la Luna.
Este lugar de comidas italiano, situado en el puerto deportivo de Marina Vela, dispone, alén de una carta increíble, de una terraza colosal en forma de L con vistas al puerto y con olor a mar. Los clientes del servicio pueden degustar una copa a temperaturas a las que, cuando menos en Barcelona, no nos encontramos habituados, cubiertos con un anorak de esquimal. Pero, ¡no todo es hielo y frío en Icebarcelona!. Para esos más amigos del verano y las temperaturas cálidas, este local cuenta con un bar-terraza a pie de playa. Este establecimiento ubicado a los pies del Tibidabo tiene unos increíbles ventanales mediante los que disfrutar del atardecer de la ciudad más importante catalana. Desde Metrópoli recomendamos tomar una copa o un temtempié en su terraza 360 grados, donde no hay cristales que interfieran en las sensacionales vistas.